En pañales

1, 2, 3... la que no se ha escondido tiempo ha tenido.


No, no voy a escribir sobre mis trucos domésticos para conseguir ahorrar unos euros comprando pañales al por mayor o de cuál es la marca favorita de la casa. Ni siquiera voy a detenerme a explicar cómo está siendo la "operación braguita", en la que aún estamos inmersos (próximamente en este blog). Esta entrada me he permitido la licencia de jugar con el lenguaje para sacar el hacha de guerra y expresar todos los sentimientos, pensamientos y palpitaciones que me surgen al abordar el tema del feminismo, como hija, hermana y madre de un clan en el que el número de féminas supera en mucho al de los hombres.


Después de ser testigo y oyente en primera persona del rol de la mujer en Nepal y de tener que llenar la mochila de camisetas de manga corta y bombachos de pierna larga, me entristece decir que Nepal y España no están tan distantes en temas de igualdad. Es curioso cómo se nos eleva el ego afirmando que hace años que dejamos los matrimonios concertados y, al mismo tiempo, cómo ninguneamos, tergiversamos, dejamos pasar de moda, normalizamos, invisibilizamos, aceptamos, atacamos, olvidamos,... una realidad femenina que tiembla sobreviviendo al trabajo dentro y fuera del hogar, defendiéndose de piropos que cortan la respiración del miedo, justificándose ante lo injustificable y  lo dado por hecho y tambaleándose por el mal de altura de los tacones. Porque guste o no, somos víctimas. Víctimas de un patriarcado que no nos deja ser. Víctimas de una religión que nos hace sombra. Víctimas de un pasado que nos tenía al servicio de todos y un presente fuera de servicio. Víctimas que no entienden de fronteras ni lugares, pero sí de deberes, obligaciones y manipulaciones (podemos salir a la calle en minifalda ¡¿qué más queremos?!). Víctimas de nosotras mismas y nuestra culpa siempre en guardia. Víctimas de nuestra propia imagen y semejanza. Brujas, hadas, ninfas, putas, zorras, madres, madrastras, princesas,... pero ante todo PERSONAS en igualdad de condiciones y derechos.

¿Igualdad? Si pensábamos que el siglo XXI llegó a echarnos un capote con su amor libre y globalizado, no dejemos llevarnos por las primeras impresiones de cambio o mejora. Aún andamos lejos de controlar los instintos más básicos y es que no hay más que  observar cómo el propio lenguaje pone las cartas sobre la mesa con expresiones como "¡esto es un coñazo!" vs. "¡esto es la polla!". Porque todo es muy sutil y muy por lo bajinis, como la publicidad que nos bombardea las pupilas con el eterno 60x90x60. O muy grotesco, como cuando una panda de mamarrachos planean y "guasapean" el modus operandi de cómo violar a la primera que se les cruce, no vaya a ser que los Sanfermines no sean lo que eran.

Por mí y mis compañeritas.




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